martes, 1 de marzo de 2016

Las expectativas que proyectamos en los demás y, en especial, en nuestros propios hijos


Hoy, después de más de un mes sin escribir en el blog, por fín he encontrado un hueco para adentrarme en lo que yo denomino: "mi voz en las redes".

Estos últimos días, he tenido la oportunidad de pasar mucho tiempo en casa a causa de los virus que acechan a nuestros pequeños, los cuales, por cierto, cada vez son mas raros y con síntomas más dispares. Se podría decir que ha sido una semana intensa e inspiradora, puesto que entre cuidados, mimos, caricias y medicaciones he tenido tiempo para reflexionar y hacer un paréntesis en mi rutina diaria, cosa que me ha facilitado una introspección que necesitaba, que todos necesitamos de vez en cuando y, que me ha alumbrado tanto en  mi faceta personal como en mi faceta de pedagoga, ya que no puedo desligar la una de la otra. Para mí ser pedagoga no es sólo  un titulo universitario sino también una actitud en la vida.

Por otro lado, he podido disfrutar de mis hijos, de únicamente estar presente, simple y  llanamente ESTAR al 100% con ellos... Algo tan sencillo y obvio para los niños y tan complicado para los adultos, con nuestros móviles, ipads, portátiles o con nuestros pensamientos, los cuales de una manera casi automática se evaden al pasado y al futuro, convirtiendo en misión imposible mantenerse en el presente.

A menudo, nos dejamos llevar por los acontecimientos del día a día sin pararnos un instante en nuestras ajetreadas vidas para hacer el ejercicio de recapacitar y pensar hacia donde nos conducen nuestros actos y cuáles son las consecuencias de los mismos.  Cuando la vorágine de acontecimientos diarios nos envuelve no somos conscientes de aquello que nos ha conducido al punto en el que estamos, ni hacia donde nos dirigimos si seguimos navegando con el rumbo que llevamos. 
 Asimismo, dicho kit kat me ha conducido a reflexionar sobre el tema de las expectativas que proyectamos en los demás y, en especial, en nuestros propios hijos, lo cual es un tema que, en mayor o menor medida, afecta a la gran mayoría de la población, puesto que, consciente o inconscientemente, trasladamos en los demás expectativas, que de no ser cumplidas interfieren en nuestras emociones, actos y , en consecuencia, en las relaciones con los demás.  
 

En primer lugar, comentar qué ocurre con la rabia, el enfado o la frustración cuando crees que no recibes lo que mereces, o que recibes menos de lo que das. Dichos sentimientos una vez que te dejas dominar por ellos se instalan en tu cuerpo y pueden desembocar en una enfermedad, tanto física como mental (ansiedad, depresión, baja autoestima...). Por tanto, y siendo consciente de ello, tras el enfado o la frustración, cosa que en un inicio es lógico que ocurra como parte del proceso, el siguiente paso será evitar alimentar esos sentimientos, puesto que anclarse en ellos únicamente supondrá una pérdida de energía enorme. Pasada la primera fase de rabia, enfado o frustración, es importante darse cuenta qué es lo que te ha llevado a ese estado. Cosa que en la mayoría de los casos proviene de las expectativas que trasladamos a los demás. No todas las personas somos iguales, no todos tenemos la misma predisposición, no todos tenemos la misma sensibilidad. No somos mejores ni peores, somos DISTINTOS. Cuando nos vemos en la situación de ofrecer nuestro apoyo a personas de las cuales no obtenemos reciprocidad, lejos de enfadarnos o decepcionarnos tenemos tres opciones. La primera es aceptar a la persona tal cual es. La segunda es hablarlo directamente con esa persona. Y la tercera, en caso extremo, alejarnos de esa persona si el desgaste energético que nos supone es más grande que lo que nos aporta. Otra opción, también bien recibida para los  "dadores" incondicionales ,es canalizar y transformar esas energías en algo positivo y fructífero: en una profesión e incluso en labores sociales (voluntariado) que reúna los requisitos donde puedas desarrollar esa necesidad de ayudar sin generar expectativas.

Por otro lado, ¿qué ocurre cuándo esas expectativas las trasladas a tus hijos?  Es lógico que cuando te conviertes en padre o madre  generes unas expectativas sobre tu bebé, niño o adolescente, dependiendo la fase en que se halle. Esto puede, o no, suponer un problema dependiendo de la manera en que se desarrolle tu hijo o la manera en que  gestiones dichas expectativas, las cuales, pueden provenir de diversas índoles (expectativas en cuanto al carácter, sueño, comida, peso, físico, notas escolares, práctica de algún deporte, etc...) . 
Llegados a este punto pueden ocurrir dos cosas: que tu hijo cumpla con tus expectativas o   que no las cumple. Y, ¿Qué ocurre si no las cumple? ¿qué ocurre si  sus actos, notas, prácticas deportivas, carácter, etc... no se hallan dentro de los parámetros que esperabas? Pues, tal y como he descrito en el párrafo anterior, cuando las expectativas no se cumplen se produce el enfado, ira y decepción, y a su vez, tiene como consecuencia las relaciones negativas con la persona sobre la que habías puesto tus expectativas. En este caso, tu propio hijo. Es fácil  observar cómo muchos padres creen que sus hijos son unos desagradecidos porque no han sabido valorar o porque no han hecho aquello que para aquel padre es lo mejor. No obstante, que es lo que ocurriría si en vez de enfadarnos por no cumplir nuestras expectativas nos planteáramos porqué no han cumplido con dicha expectativa, pues las razones pueden provenir de diferentes dimensiones. Lo que ocurre en la mayoría de estos casos es que se les culpa, se les hace responsables y la relación se deteriora.

 

En definitiva, todo padre desea la felicidad de su hijo, sin embargo, sólo se consigue la felicidad si encuentras tu propio camino, si aprendes a ser quien eres, con tus virtudes y defectos, si disfrutas con lo que haces, y si eres capaz de conocerte a ti mismo y actuar en consecuencia. Por tanto, es en este sentido hacia dónde debe apuntar la educación de nuestros menores y para lograr dicho objetivo la clave está en que seamos capaces de recapacitar y darnos cuenta de cuáles son las expectativas que tenemos puestas en nuestros pequeños y hasta qué punto son o no son sanas para ellos, o hasta qué punto están condicionando su vida.

Todo ello puede entenderse a la perfección con un ejemplo y ¿qué mejor ejemplo que algo que está presente en el día a día de muchos de nosotros? Algo como la práctica deportiva.  En este campo se puede observar de una manera bien clara cómo las expectativas de los padres están en sus hijos, pequeños Messis y Cristianos Ronaldos, Rafas Nadales o Paus Gasoles...que han de marcar goles, canastas o puntos... y ser los mejores. Tan grande es el ansia de éxito de algunos padres que, sin quererlo o sin ser conscientes, empujan a sus  pequeños, inculcándoles una presión añadida que por edad no les toca y que, si por caprichos del destino, llegara a tocarles algún día y pudieran conseguir el éxito con el deporte, les llegará a su debido tiempo porque ahora lo que toca es disfrutar. Quizás aquello que tu hijo está haciendo ahora sea sólo un hobby en un futuro y tú lo estas convirtiendo en una pesadilla con tus exigencias y expectativas o quizás sea su auténtica vocación y en un futuro pueda vivir de ello. Pues entonces lo más ético es dejar que disfrute ahora, porque la presión ya le llegará a su debido tiempo, ya le llegará cuando su cerebro(córtex prefrontal) tenga la capacidad ejecutiva desarrollada   para poder gestionar la presión, la competitividad y las emociones de una manera sana. Para que me podáis entender cuando hablo de córtex prefrontal, me refiero a esa área cerebral que se encarga de la función ejecutiva, es decir, planificación y organización, autocontrol, pensamiento crítico, empatía, etc... y que  se desarrolla durante toda la infancia y adolescencia para completarse en la edad adulta, de ahí que en muchos países los niños no compitan hasta los 12 años.

 

 En resumen, y a modo de conclusión, quisiera acabar con una petición a todos aquellos padres, maestros, pedagogos y, en general, profesionales de la educación que pudieran estar leyendo estas palabras. Por favor, por el bien de nuestros pequeños os invito a que hagáis este pequeño ejercicio de reflexión, que intentéis ser conscientes de cuáles son las expectativas puestas en vuestros hijos, alumnos, clientes... y replantearos hasta qué punto es positiva y sana. Si realmente creéis que dicha expectativa puede ser positiva, adelante! Continúa! pero siempre siendo consciente de que puedes apoyar, motivar, guiar...pero que no depende 100% de ti que dicha persona consiga aquello  que propones y que, si no lo hace, no te ha fallado a ti, no pretende fastidiarte, puede que se haya fallado a sí mismo o puede que tampoco fuera tan importante para su futuro o quizás los medios para conseguir su fin no han sido los más idóneos, sea lo que fuere, no permitamos que una expectativa estropee nuestras relaciones y, mucho menos, la de nosotros como padres con nuestros propios hijos.